La Verdad (trabajo para ética)
El hombre que se desarrolla libremente debe enmarcar su comportamiento para no afectar a quienes lo rodean. Debe estar constantemente vinculado con el bien, el cual tiene una directa relación con la verdad.
La ética habla de la búsqueda del bien. Es a partir de esto que debemos conocer y respetar la verdad. Obrar bien es obrar conforme a la verdad. Dentro de la gran cantidad de verdades que existen, sobresale la verdad sobre lo que es el ser humano. Como claves para el éxito se habla de que si uno es capaz de conocerse a si mismo podrá conocer al resto de quienes y que lo rodea (personas, cosas, ciencia, etc.) La verdad es uno de los fundamentos principales de la ética. “La adecuación entre el entendimiento y la realidad: Las cosas son como son, no porque las pensemos así. Por eso, para captar la verdad no basta estar informados, sino conocer la realidad.”[1]
Grados de verdad
La verdad tiene una diversidad de grados hasta a llegar a ser tal. Lo más básico se llama duda, consiste en fluctuar entre la afirmación y la negación de algo. Le sigue la opinión, por la que se adhiere a algo, pero sin excluir la posibilidad de que sea falsa.
El escéptico niega la posibilidad de ir más allá de la opinión y, por tanto, de la capacidad de conocer la verdad, sin embargo, existe el más alto grado de convencimiento, llamado certeza: La firme adhesión de la mente a un juicio sin temor de error: que el todo es mayor que la parte, los hombres somos mortales. La certeza se fundamente en la evidencia, y la evidencia es la presencia patente de la realidad. Hay certezas mediatas e inmediatas. “Las evidencias se apoyan en segundas o terceras personas. Resulta necesario creer a personas e instituciones para progresar, incluso para vivir. La certeza nace de la evidencia, y esta de creerle a alguien.” [2]
Posturas filosóficas sobre la verdad
Descartes, a quien se le considera el padre de la filosofía moderna, con su cogito ergo sum (pienso luego existo), separó la mente de la realidad, rompió con la verdad. “Inmediatamente después advertí que, mientras yo quería pensar que todo era falso, era totalmente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y observando que esta verdad: pienso luego soy, era tan firme y tan segura, que ni siquiera las más extravagantes suposiciones de los escépticos eran capaces de echarla abajo, juzgué que podía sin escrúpulo recibirla como el principio de la filosofía que buscaba”[3]
No se puede afirmar de la sustancia pensante afirmada por Descartes que esa cosa ciega y desconocida, es para él más o menos como si no fuese. Porque, en primer lugar, si es verdad que no la conocemos más que por su atributo, que es el pensamiento, la conocemos muy bien por él, ya que el pensamiento se plantea por sí mismo. Es intrínseco, no es pensamiento porque se piensa, sino se piensa porque es pensamiento.
Según Nietzsche, el hombre desearía conocer la verdad sólo hasta un punto y sentido limitado: desea las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que conservan la vida, es indiferente al conocimiento puro y sin consecuencias, y está hostilmente predispuesto contra las verdades que puedan tener efectos perjudiciales y destructivos. “En la medida en que el individuo quiera conservarse frente a otros individuos, en un estado natural de las cosas, tendrá que utilizar el intelecto, casi siempre, tan sólo para la ficción. Pero, puesto que el hombre, tanto por necesidad como por aburrimiento, desea existir en sociedad y gregariamente, precisa de un tratado de paz, y conforme a éste, procura que, al menos, desaparezca de su mundo el más grande bellum omnium contra omnes . Este tratado de paz conlleva algo que promete ser el primer paso para la consecución de ese enigmático impulso hacia la verdad.”[4]
La verdad en el Periodismo chileno
El periodismo se reivindica en la medida en que es capaz de ser confiable y sobre todo creíble. En un mundo marcado por la incertidumbre, la seriedad del trabajo periodístico bien hecho parece más necesaria que nunca: búsqueda responsable de la verdad informativa; uso de fuentes confiables, claramente identificadas; interpretaciones y opiniones con respaldos sólidos; respeto por la dignidad de las personas. A fin de cuentas, eso es lo que realmente se valora.
Es importante destacar que la gente ya no se conforma con aceptar todo lo que dicen los medios. Con el impulso que ha tenido el Internet, con sus blogs y los innumerables diarios regionales, comunales, locales, etc., ha surgido un público cada vez más capacitados para interactuar con los medios, con los equipamientos necesarios para ello que se han hecho más fáciles de manejar y, sobre todo, de adquirir.
La formación de este público que puede discernir y que debería hacerlo como un ejercicio permanente, es una responsabilidad de la sociedad en su conjunto, de los programas educacionales sobre todo, pero en primer lugar de los propios medios.
La separación tradicional, de los géneros del periodismo, obliga a una buena disciplina. Esto obliga a ser más cuidadosos que nunca en el ejercicio ético de la responsabilidad no sólo en cuanto a la información, sino muy especialmente en lo que se refiere a la interpretación y la opinión. Lo que se pide hoy son comentarios con fundamento, no simples expresiones de juicios basados en la ideología o creencia de quien las emite.
Son los lectores, auditores, tele-espectadores o usuarios de los medios los beneficiados –o perjudicados- por las faltas a la ética o los excesos de legislación. En definitiva, con la falta de verdad. Y nosotros, los periodistas, los responsables de hacer que esto se realice o no.
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