Manuela: luz y oscuridad
“El lugar sin límites”, obra maestra del escritor chileno José Donoso, nace de la casualidad. Obligado a cumplir con la deuda de mil dólares, que mantenía con la editorial Zig Zag, desde que había sido redactor por 1960. Se autoexilia durante tres meses en la casa de su amigo Carlos Fuentes, en Méjico, para cumplir con el compromiso. Es en este contexto que nace la novela, que se desprende de un capítulo de “El obsceno pájaro de la noche”. Con respecto esto mismo es que señala en una entrevista “No podía con él (“El obsceno pájaro de la noche”). Entonces desgajé de ese monstruo un pequeño librito, que fue El lugar sin límites.” Su amigo Carlos Fuentes le aconseja que publique en una editorial internacional, para poder salir al mundo, es así que entrega “El lugar sin límites” a la editorial mejicana Joaquín Mortiz, mientras que para saldar la deuda con Zig Zag escribe “Este domingo”.
Esta novela del realismo mágico se construye en base a los simbolismos. Es así como ya desde un comienzo, una cita de Marlowe, nos contextualiza en un escenario infernal que guiará la novela a través de situaciones que viven los personajes de un lugar “sin límites” en que todo puede pasar, pero que, casi como una ironía, se encuentra claramente limitado física y/o geográficamente y en el que sus mismos habitantes vuelven a cada momento a sus limitadas vidas.
La historia de El lugar sin límites transcurre durante todo un día, aproximadamente las diez de la mañana del día domingo hasta la madrugada del lunes, en las cercanías de Talca, fundo El Olivo, un lugar oscuro, al que no ha llegado, ni nunca llegará la luz eléctrica. Es un lugar que tiene su propio dueño, Alejandro Cruz, destacado político que es dueño de casi todo, y cuyo propósito es recuperar las tierras que por algún motivo perdió. Las acciones se centran en la casa de remolienda, que poco a poco se va destruyendo y acabando. Pero, sin duda, para entender esta breve, pero complicada novela de Donoso, podremos centrarnos, en una primera instancia en el personaje central, al cual todos están relacionados: la Manuela. En este caso viene a representar la ambigüedad reprimida constantemente en un sector rural conservador.
La Manuela llegó al pueblo, cuando el político Alejandro Cruz vence las elecciones y la Japonesa Grande, su ferviente admiradora, destina una gran celebración en su honor. Para ello, manda a llamar desde Talca a las hermanas Faría, dos cantoras reconocidas de la casa de remolienda de la “Pecho de Palo”, y la Manuela, la loca tan divertida de la que tanto le habían hablado.
Manuela es el alterego de Manuel González Astica. Un travesti flaco, negro y chico, de ojos pardos y escasas pestañas. A sus sesenta años le queda poco pelo, que le recuerda a cada instante que los tiempos de gloria quedaron atrás “Apenas cuatro mechas que me rayan el casco. No puedo hacerme ningún peinado. Ya pasaron esos días.” (Donoso, 1981). En cuanto a lo psicológico es impulsiva y ansiosa, se desespera con facilidad lo que recalca su papel de “loca”.
DUALIDAD
La Manuela, más allá de representar la homosexualidad, en la novela, viene a reflejar la ambigüedad de un Chile que vive de apariencias y que reprime la naturaleza de los seres, limitándolos a su rol más tradicional. Esta hibrides reprimida es la que no permite a la Manuela ser hombre o mujer. En el pueblo es reconocida como un ser, y ni eso, asexuado. Así se demuestra cuando recuerdan que el esposo de la Ludovinia “cuando vivo, él no la dejaba tener ni amigos ni amigas. Sólo la Manuela.” La Manuela tiene claro que mientras se mantenga en este lugar no podrá ser la loca que cree ser, porque eso está conservado para quienes viven en grandes ciudades. Mientras tanto oculta su identidad para que no la molesten, para que no la presionen a abandonar en lo que cree ser.
Desde que descubrieron a Manuel González Astica con aquel muchacho en el colegio, supo que ya no sería más Manuel, pero también supo que se debería mantener prófugo para evitar las represalias de su padre, por no cumplir con su rol de hombre. A partir de entonces su inseguridad, viene a darse por la apuesta de la Japonesa Grande y don Alejo. Porque ese ser flaco y desinhibido que desea ser tocado por los hombres y sentirse mujer, lo único que oculta es su pene, del cual señala que para lo único que le sirve es para “hacer pipí”, mientras el resto de los hombres lo reconocen como un par y deja de ser para ellos la Manuela, siendo en ese instante Manuel, el maricón travestido.
Cuando se concreta la apuesta y se da en el gusto a don Alejo, en cierta forma viene a rebajarse y perder la identidad que con tanto dolor había logrado construir en este personaje patético del travesti, que en el fondo viene a divertir a los hombres que siempre lo terminan golpeando y humillando. Con la Japonesa siente asco, no desea ese cuerpo femenino, pero el deseo de pertenecer a un lugar físico lo impulsa dejarse encantar por las palabras de esta macha, que se pone en el mismo nivel de ambigüedad de él. “Yo quería no tener asco de la carne de esa mujer que me recordaba la casa que iba a ser mía con esta comedia tan fácil pero tan terrible” (Donoso, 1981). La Manuela entiende que este es un medio maquiavélico para conseguir la casa y con ello arrebatar un poco de ese poder divino que posee don Alejo.
La Manuela le pide a la Japonesa que esto nunca más vuelva suceder, esta situación que le da asco y que la descoloca. Que derriba el límite entre “ese tú, ese yo”. Ya lo que había logrado construir no existe. Y eso extraño que le colgaba entre las piernas mientras cruzaba los brazos, escondida en el gallinero, esperando que Pancho se fuera, se hacía parte de ella y no quería. Necesitaba establecer nuevamente el límite entre lo que su mente y su cuerpo, en contradicción, decían ser.
No cuenta, sin embargo, con que esa mentira traería consecuencias que lo mantendrían prisionero hasta el fin de sus días. La Japonesa daría a luz a la Japonesita, que viene a marcar una segunda etapa de la Manuela, aún más conflictiva en su personalidad. De hecho la historia transcurre con la Japonesita de 18 años. Es la prolongación decadente de la Japonesa, una dueña de burdel virgen, fea y amargada que se encarga de recordar a cada instante a la Manuela su rol de padre. Esta, por el contrario, la ve como una amiga, un compañera y ante la falta de preocupación de la Japonesita por su apariencia física y coquetería le reprocha “qué sacas con ser mujer si no eres coqueta, a los hombres les gusta, tonta, a eso vienen, a olvidarse de los espantapájaros con que están casados”
FAMILIA
Otro de los temas importantes que viene a marcar la Manuela en la novela es la familia. La Japonesita exige que ese vínculo que las une se mantenga latente tanto en la intimidad como en público. Pero ese rol que le exige cumplir no es real, porque ella nunca fue su padre, la Manuela a lo más había sido su madre y cada vez que la nombraba como papá se le venían encima responsabilidades que no le correspondían, ya que en todo esto ella había sido víctima de una apuesta que se supone no traería consecuencias, entonces, la Japonesita no tenía derecho alguno a llamarla papá y menos aún a pedirle protección. “Chiquilla de mierda, entonces no me digas papá. Porque cuando la Japonesita le decía papá, su vestido de española tendido encima del lavatorio se ponía más viejo, la percala gastada, el rojo desteñido, los zurcidos a la vista, horrible, ineficaz, y la noche oscura y fría y larga extendiéndose por las viñas apretando y venciendo esta chispita que había sido posible fabricar en el despoblado, no me digai papá. Chiquilla huevona. Dime Manuela, como todos.” (Donoso, 1981)
La primera vez que Pancho Vega las atacó y la Manuela no supo defenderla, la Japonesita le había gritado que le daba vergüenza ser su hija, ser hija de un maricón como él. Pero la Manuela le repetía a cada instante que nunca se le ocultó que era una loca perdida y que el rol de padre tendría que ser relevado.
Es precisamente don Alejo quien viene a cubrir esta falencia de padre, protegiendo a la Japonesita, pero también la Manuela. Es don Alejo el padre de todos en el Olivo. Así lo reconoce Pancho Vega, y es de él que intenta escapar. La Manuela desde que llegó al fundo siente esta protección y viene a exigirla mientras arranca de Octavio y Pancho que buscan reprimir a través de sus golpes el deseo a veces incontenible por romper con lo establecido, en este mundo patriarcal, y seguir los instintos primitivos que van más allá de la distinción de género que explicitan los cuerpos. Es inevitable detenerse en este punto y hacer un paralelo a la vida de Donoso, intervenir en ese muro que construyó para proteger su mundo privado, pero dejaba relucir elementos como el “extraordinario apego a una cierta tradición. Y, aunque desconfiaba mucho del nuevo rico, del capitalista, del empresario, en cambio tenía una reverencia, muy literaria por otra parte, por el gran señor campesino y campechano.”, según recuerda su amigo Mario Vargas Llosa.
ACEPTACIÓN
“Entonces don Alejo me sube al auto y me lleva al fundo y me tiende en la cama de Misia Blanca, que es toda de raso rosado dice la Ludovinia, preciosa, y van a buscar el mejor médico de Talca mientras Misia Blanca me pone compresas y me hace oler sales y me toma en brazos y me dice mira Manuela, quiero que seamos amigas.” Con estas palabras la Manuela refleja su deseo por ser aceptada como tal, como Manuela, como mujer, como amiga. De aquí en adelante, no tendrá que ocultarse en la oscuridad de El Olivo, porque podrá estar en la cama de raso de Misia Blanca. Es que tan sólo con llegar a ella representa avanzar un paso importante. Significa comenzar a ser persona y persona de bien. En ese momento podría trascender, porque un “maricón pobre y viejo. Una loca aficionada a las fiestas y al vino y a los trapos y a los hombres. Era fácil olvidarlo aquí.” (Donoso, 1981) Bastarían unas cuantas lágrimas para sentir cumplido el duelo por quien nunca fue nadie, ni siquiera hombre o mujer, ni siquiera un animal.
Cuando peina a la Japonesita frente al espejo, la Manuela, se proyecta y muere a la vez: “Vio su propia cara en el espejo, sobre la cara de su hija, que se miraba extática –las velas, a cada lado, era como un velorio.”, esa joven que rechazaba y necesitaba a la vez era a través de quien se proyectaba y se dejaba morir. “Morir aquí, mucho, mucho antes de que muriera esa hija suya que no sabía bailar pero que era joven y era mujer y cuya esperanza al mirarse en el espejo quebrado no era una mentira grotesca.”, es que en ese momento se seguía reconociendo como Manuel, pero pensó en esa tumba que no la reconocería, porque en ese momento sería Manuel el que yacería, y en aquella piedra se tallaría hasta la eternidad “Manuel González Astica”, entonces despertó de esa ilusión de ser quien sentía ser y la realidad tuvo un peso real sobre su rostro cadavérico que reflejaba la muerte en contraste a la juventud de su hija.
Y es que si hablamos de lo que refleja Donoso en esta obra, también es posible destacar el miedo que siente por la muerte al igual que la Manuela. En una entrevista, el escritor, señala que le teme “terriblemente” a la muerte. (Barnechea, 2001). Y hablar de la muerte no sólo cubre un aspecto físico, más allá, se enfrenta al olvido. El olvido de estas personas que están ocultas en un pueblo que día a día desaparece, para ser cambiadas por viñas. Alguien como ellos, o como la propia Manuela sería fácil de olvidar, ya que no era nadie para trascender. Cuando recién llega a El Olivo, “se forzó a reconocer que no, que cualquier cosa fuera de esta cordialidad era imposible con don Alejo. Tenía que romper eso que sentía si no quería morirse. Y no quería morir. Y cuando dejó de nuevo el vaso en la mesa, ya no lo amaba. Para qué. Mejor no pensar.”
Es la violencia que marca un punto importante en la historia. Es lo que permite tomar distancia de los sentimientos y el deseo. Su origen pareciera estar originado en lo sexual, es por ello que los que manifiestan mayor violencia en la novela son los hombres que se niegan a lo que les produce la Manuela y creen que a través de los golpes logran suprimir ese gay que llevan dentro. Cada vez que los hombres golpean a la Manuela, se castigan a sí mismos, reprimen su sexualidad y la sensualidad de la Manuela, para que ya no les cause esa atracción que los avergüenza, porque les quita ese papel de machos penetradores, ese rol de dominadores, para pasar a ser penetrados, dominados por ese ser que todos consideran como inferior.
La Manuela con el pasar del tiempo se fue acostumbrando a las humillaciones, a los golpes, a ser nadie. “-A mí no me importa. Estoy acostumbrada. No sé por qué siempre me hacen esto o algo parecido cuando bailo, es como si me tuvieran miedo, no sé por qué, siendo que saben que una es loca.” (Donoso, 1981). Aún así, la ilusión seguía presente, aunque apagándose con el paso del tiempo. De que la luz llegaría a su vida, así como la Japonesita esperaba que llegase la electricidad al pueblo. Ambos sabían que a pesar de todo se tenían el uno al otro en todo momento, a pesar de que sus cuerpos no calentaran y que si era necesario se olvidarían en unas cuantas semanas.
MANUELA LA SALVADORA
Finalmente la Manuela es el ángel salvador que viene a rescatar a este mundo (o submundo que representa El Olivo) que está sumido en la represión de los más tradicionalistas. Pero también la Manuela viene a representar a Latinoamérica mestiza, a este pueblo hibrido que está en constante evolución en lo histórico y cultural. Que siente el desprecio de quienes no esperan ser parte de esta dualidad, pero sienten el inevitable deseo a la vez.
Donoso constantemente relaciona sus textos con lo que sucede en Chile, en esos momentos una realidad de Latifundios, de inquilinos y patrones-dioses. “Era una pobreza rayana en la ignorancia, completamente provincial, muy de mala clase. La historia de Chile, sí, siempre ha sido un factor muy importante en nuestra formación, pero fuera de esa historia, todo era terrible.” Señala Donoso en una entrevista.
Lo más probable es que la Manuela malherida, por Octavio y Pancho, haya sido atacada posteriormente por los perros de don Alejo, que soltó durante la noche. Y si así fuese, si la Manuela hubiese muerto, a nadie le importaría, porque no había realizado nada que la hiciera trascender por sí sola. Su vestido colorado de española ya estaría bastante desteñido y andrajoso. La vitrola en la basura y reemplazada por una que sonara y animara las oscuras noches que cada vez se volvían más amargas.
Es una visión pesimista en cierta forma de lo que sucedería en un pueblo mientras se expandían hacia el exterior. Como Chile, en el que se instalaba el liberalismo. Vargas Llosa (2001) señalaba en la entrevista sobre su amigo Donoso: “Era un hombre muy apegado a la tradición, y era crítico hacia esa política nueva de apertura, de funcionamiento de mercados. Creo que ese era un mundo que Pepe no conocía, ni entendía, ni podía llegar a amar. Su mundo social y económico tenía más que ver con el campo que con la ciudad, con la tradición que con la modernidad.” Mientras los habitantes de El Olivo se mantuvieran dentro del fundo, estarían a salvo. Pero las cosas habían cambiado y ahora cada cual debía valerse por sí mismo. En todo caso, es en este mundo donde la Manuela podría ser la loca que siempre quiso, sólo si lograba vencer la muerte.
Bibliografía
DONOSO, José. El lugar sin límites, Seix Barral, col. Biblioteca breve, Barcelona, 1981.
RODRÍGUEZ, Emir (1971, Julio-Diciembre). Archivo de Prensa. Recuperado el 2 de Diciembre de 2006, de http://www.archivodeprensa.edu.uy/
VILLEGAS, Jimena (1996, diciembre). José Donoso (visto por Mario Vargas Llosa). Recuperado el 2 de Diciembre de 2006, de http://www.geocities.com/