martes, enero 17, 2006

Una construcción mágica


Superhéroes de martillo y serrucho. Mundos paralelos por transformar.
Voluntarios que se conforman con una sonrisa y la meta de
erradicar los campamentos en Chile.




Una jornada en Un Techo para Chile es mágica. Por alrededor de 16 horas te desprendes de tu vida cotidiana y apareces en un mundo paralelo que muchas veces nos negamos a ver. Un mundo constituido por gente que vive en cuatro paredes que no alcanza para llamarlas casas. Frente a ellos te transformas en una especie de superhéroe, aunque no pretendas serlo. Tus herramientas son un martillo, un serrucho, una huincha de 30 metros...

No es hace demasiado tiempo que me inscribí en el programa nacional Un Techo para Chile. Éste nació en 1997, cuando jóvenes universitarios se plantearon construir 350 mediaguas para 350 familias. Gracias al éxito de la iniciativa se asocian a los medios de comunicación y se propone la campaña “Dos mil mediaguas para el dos mil”, en que se llamaba a la población a donar dinero para la construcción de dos mil mediaguas, sin saber que tiempo más tarde, se transformaría en una de las organizaciones más importantes de Chile.

“Cada vez que construyes te toca con un voluntario diferente. Según tu experiencia serás quién enseñe las maniobras más importantes o el que aprenda. Como recién es mi segunda construcción, yo fui aprendiz..”

En esta ocasión, la cita es la estación Escuela Militar de la línea 1 del metro. A estas alturas, cuando está en marcha el nuevo plan de transporte Transantiago, llegar a este punto no es tan complejo, desde Puente Alto me demoré sólo una hora, cuando lo típico eran dos.


Traspasando Fronteras

Debido al éxito de la iniciativa de Un Techo para Chile, ha sido imitada en otros países de América, como Argentina, Perú, Colombia, Uruguay, El Salvador, entre otros. . Hoy, trabajan más de 1500 jóvenes a lo largo de todo Chile, de manera estable como voluntarios y en la gestión del proyecto, A esto se suman más de 1700 jóvenes que realizan trabajos en las vacaciones de verano e invierno.

El fin, según señalan en la Organización, es terminar con los campamentos y las condiciones de miseria antes del 2010, cuando se celebre en Chile el Bicentenario.

Primer día: Tarde Fangosa

En un comienzo la hora fijada eran las 9 de la mañana, sin embargo, aún no llega nadie. Me inquieta la situación de no conocer a la demás gente de Un Techo y que en realidad estén al lado mío, o que ya se hayan ido y me hubiese quedado abajo. Pasada media hora estamos todos los voluntarios reunidos en círculo esperando el bus que nos llevará a Pudahuel, a un campamento ubicado a un costado del Aeropuerto.

Esta es mi segunda construcción, sólo conozco a Deborah, la coordinadora de Un Techo para Chile y Gato Gamboa y Triky Triky, voluntarios. Los jóvenes que suman unos 20, se agrupan y conversan sobre diversos temas. Los más antiguos de cosas más íntimas. Mientras los más nuevos abordan lo típico para conocerse: ¿Cómo te llamas? ¿Qué estudias? ¿De dónde eres? etc., etc.

Esta es una de las construcciones importantes para la organización, ya que es la última que se realiza con empresas. En esta ocasión es “Andrómaco”, el laboratorio de Hipoglós y Tapal, entre otros. Llevan tiempo en esto de construir y lo hacen notar en el comportamiento. Son mucho más seguros que en la empresa con la que construí la semana pasada.

Cada vez que construyes te toca con un voluntario diferente. Según tu experiencia serás quién enseñe las maniobras más importantes o el que aprenda. Como recién es mi segunda construcción, yo fui aprendiz. Mi maestro, Felipe. Él es estudiante de Diseño industrial en la Universidad Técnica Metropolitana más conocida como UTEM. Lleva alrededor de dos años trabajando en Un Techo, aunque por estar en cuarto año, esta vez ha sido menor su participación.

La conversación, con Felipe, antes de llegar a nuestro destino es suficiente como para afiatarnos a la perfección. De un momento a otro siento que lo conozco mucho más de lo real. La trayectoria al lugar de construcción, junto a tu par, es perfecta para crear lazos de una amistad casi ficticia, que no asegura tiempo, ni calidad. Los voluntarios van rotando, muchos no siguen, mientras otros que llevan bastante tiempo, se retiran, cambian de región, comienzan a trabajar, etc.
El lugar al cual nos tocó llegar es bastante extremo. La camioneta que lleva los materiales para construir tiene dificultades para avanzar, así que nos dejan en la entrada de una gran parcela. En ella vacas y toros rondan con una “casi” libertad envidiable.

Avanzamos sin tantear con claridad por donde vamos. Nos logramos dar cuenta, tal vez demasiado tarde, que el terreno es muy blando y fangoso, al punto que nuestros pies se hundieron hasta el tobillo quedando empapados con barro. Más tarde don Francisco, el dueño de la nueva casa-mediagua, nos explicaría que el terreno tiene esa textura por el constante devenir de los animales.

No sería tan terrible la situación del barro si no fuera por los zancudos casi mutantes que existen. Los cuales hicieron un banquete con nuestros cuerpos. Por más que corrimos y aleteamos ellos eran superiores y de cinco o más a la vez, aunque parezca exagerar, nos picaban hasta dejarnos adoloridos y con una picazón inexplicable.

Finalmente, con una serie de agujeros y con un pie embarrado, por mi parte y dos por parte de Felipe, llegamos a la casa de don Francisco.

Don Francisco es un hombre cuya piel esta curtida por los años y la experiencia. Es de los que se hacen acompañar por el alcohol en días de soledad. Tiene unos 60 años, de piel morena y rasgos duros, hombre de campo, de trabajo, de tierra. Su sonrisa se esconde en los pliegues de las arrugas de su rostro y su ropaje andrajoso no pretenden disimular la pobreza de su entorno.

“Durante la jornada las labores son parejas. La discriminación de sexo o edad no existe. Por igual se toma el martillo, el chuzo, la escoba, el serrucho.”

Cuando llegamos nos saluda con un casi inaudible “hola”. Le sigue la gente de Andrómaco que se acerca a nosotros para realizar una presentación un poco más formal. Luego, continúan picando la tierra, para instalar los pilotes, paso uno a seguir en la construcción de una mediagua.

Lavamos nuestras zapatillas y pies y nos sumamos a las labores. Entre chuzos, palas y huinchas, avanzamos rápido en la puesta de piso. Aún teniendo lista la primera parte, la camioneta aún no llegaba con los materiales, así que aprobechamos la acasión de almorzar. Mientras don Francisco se pasea de un lado a otro, con la mirada baja. Silencioso, expectante.

El tiempo avanza y no hay tiempo para descanzar. Mientras unos martillan, otros aserruchan y otros cargan los pesados bloques de madera que pasarán a conformar la casa de don Francisco, que aún no se convence del tamaño de su nuevo hogar.

Durante la jornada las labores son parejas. La discriminación de sexo o edad no existe. Por igual se toma el martillo, el chuzo, la escoba, el serrucho. Y tal vez sea una de las cosas más importantes de construir, el cómo logras fortalecer los lazos de compañerismo y solidaridad de unos con otros.
Llegan las seis y media de la tarde, la hora fijada en que el bus nos pasará a buscar para el regreso a casa. La primera jornada ha culminado.
En el camino a tu hogar sientes el peso de tu trabajo. Tu ropa se encarga de graficar el esfuerzo y cada parte de tu cuerpo pide a gritos un momento de descanzo. “Mañana terminamos” como frase de despedida y tras llegar al punto inicial en la comuna de Las Condes, se inicia la cuenta regresiva a la nueva jornada.

Segundo día: Y final
La jornada en Un Techo para Chile, por lo general dura dos días. En el primero dejas la base, todo lo referido a limpieza del terreno, los pilotes sobre los que irá la construcción, el piso y muchas veces las paredes y las vigas. Durante el segundo, terminas por sobretodo los detalles e inauguras la casa con algo para compartir, lo más común son asados.

En esta segunda jornada las cosas andan más lentas. En parte por ser sábado, pero también muchas de las cuarenta mediaguas donadas por Andrómaco ya están terminadas o bien faltan detalles mínimos.

En esta ocasión el bus tardó un poco más y mucha de la gente del laboratorio llegó al campamento en vehículos propios. Los voluntarios esperamos cerca de una hora para que nos pasaran a buscar, finalmente llegamos.

Felipe se encuentra realizando su tésis, así que no pudo venir este día. En reemplazo llegó Pancho Mendoza, más conocido como Triky Triky. Él es uno de los que le encanta hacer los techos de las casas, según contaba le fascina esa mezcla de adrenalina y vértigo que se siente estando arriba. Juntos caminamos a la casa de don Francisco.

Ya en el lugar de construcción se encuentran nuestros compañeros de cuadrilla que han seguido con las labores. Entremedio toman desayuno, posteriormente nos invitan.
Los pasos a seguir en nuestra casa, fueron aplomar las paredes, o sea, nivelar y lograr
que todas queden derechas. Luego, las vigas, esqueleto del techo y lo que le da gran parte de la firmeza a la cons-trucción.
Mientras Triky e Iván, de Andrómaco, realizan el techo, nosotros comenzamos a untar la casa en aceite de linaza. Esta le da un grado de protección a la mediagua.
El trabajo avanza a pasos de gigante. Don Francisco, quien ha estado constantemente ayudando a cambiado de ánimo notablemente. De esa timidez extrema con la que lo conocimos ayer, hoy se muestra mucho más alegre y conversador. Aún así, su humildad persiste al igual que ese apocamiento del que la pobreza se ha hecho cargo, no se atreve a acercarse a nosotros, y se pasea constantemente, del sector de las vacas hasta su precario cuarto.
A cada momento bromeamos con él, preguntándole si le gusta su nueva casa. Él contesta que sí con una leve sonrisa, pero traspasando una felicidad que nos mueve a trabajar más duro.
Es que por mucho que se critique a un Techo para Chile por no ser una solución a los campamentos, sí es una forma de dar dignidad a personas que se han sacrificado para tener algo en la vida. Don Francisco vive en un cuarto que a penas se podría llamar así. Son más bien cuatro bloques de madera apoyados. Arriba tiene unos cuantos zinc que intentan proteger de la lluvia, que finalmente se termina filtrando por todos lados. Lo peor es el piso. La casa se encuentra sobre la tierra. Por eso a cada rato nos repite que esta mediagua es más de lo que se esperaba. Su alegría reconforta.
Por último los vidrios y pestillos. La casa está terminada a las tres de la tarde.
Tenemos una cinta tricolor y tijeras, a un costado se terminan de cocer unos choripanes en una improvisada parrilla y don Francisco cada vez demuestra más su felicidad.
Todo concluye. Don Francisco toma las tijeras y corta la cinta. Entra a su nuevo hogar, que lo protegerá del frío y la lluvia. Sonríe y nos mira. Le pedimos que hable, le sacamos fotos, nos nutrimos de su alegría. Llora, de alegría, exigiendo que confiemos en que sabrá aprovechar su nueva casa, porque realmente lo necesita. Y confiamos.
Tomamos nuestras cosas con el placer de haber hecho una buena labor. En cierta forma nos sentimos superhéroes y nos envicia a seguir en esto, porque empezamos a necesitar de esta alegría ajena y el que otros nos necesiten. No, no lo hacemos gratis a cambio buscamos una sonrisa y esa simple pero gran palabra “GRACIAS”.

La jornada a culminado. Llega el bus y nos comenzamos a subir. Estamos sucios y cansados, nos miramos sin decir nada. Satisfechos y felices. Algunos duermen otros comienzan a comentar sus experiencias. El viaje dura alrededor de una hora hasta el punto de inicio en la estación Escuela Militar de la línea 1 del metro. Al llegar nos despedimos sintiéndonos un poco más amigos y más útiles. Cada cual toma su rumbo. Yo me dirijo a mi casa, agotada, para volver a mi vida rutinaria. Es que todos nos vamos esperando una nueva oportunidad, para estar ahí donde nos requieran, para buscar lo que nosotros requerimos.